Taconeaban el suelo dejando marca y movían con gracia sus caderas contoneándolas con cada paso. Se sentían reinas de un pueblo de cuento de hadas. Buscaban poseer la ropa más exclusiva a cualquier coste. Se comportaban como su propio Dios esculpiendo sus cuerpos. Y, ante todo, sus cabezas no podían tener ninguna preocupación aparte de la larga melena, que con tanto cariño habían cortado, peinado y coloreado día tras día en famosas peluquerías. Se llenaban de orgullo por haber gastado grandes sumas de dinero en ser igualitas que un muñeco de cera. Pero estas podían pasarse largas horas al sol que nunca se derretirían. Se reían al ver los defectos físicos de sus compañeros de mundo menos agraciados. No comprendían que no gastaran hasta el último pellizco de orgullo que les quedase en ser perfectos. Ellas ya lo eran.
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